
Los países del Este, un año más, han convertido el Festival de Eurovisión en su juego privado relegando a los últimos puestos a los países del otro lado del mapa. Vale que la canción de España no era para tirar cohetes pero tras ver el festival da la sensación de que esto de Europa es un cuento chino y que, en realidad, lo que hay sobre el mapa son dos Europas muy distintas.
Los filandeses pusieron una escenografía y una realización a prueba de mandos a distancia, muy por encima de muchas de las actuaciones musicales, con una única excepción: los agotadores y repetitivos 15 minutos de las votaciones en el que nos pusieron una y otra vez los mismos trozos de las canciones y que más vale que hubieran aprovechando para largarse a publicidad o incluir alguna actuación musical.
En cuanto a los chicos de D'Nash su vestuario fue todo un presagio: se quedaron blancos al ver el resultado: puesto número 20 de un total de 24. Por cierto, ganó Serbia, a cuya cantante no la pudimos volver a ver actuar, ya victoriosa, porque la tele filandesa tenía tantas ganas de acabar que no dudó en estamparle en la cara con todos los títulos de crédito.
A su término salió Carolina Ferre y sus pseudoexpertos que se mostraron muy sorprendidos por el monopoly que se han montado los países del Este con este histórico festival, como si lo acabaran de descubrir, que de hecho parece que fue así. Entonces conectaron con los chicos de D'Nash que demostraron que no tienen muy buen perder, por cierto, y que tampoco deben de tener abuela. Habrá que acharcarlo a la inexperiencia de la juventud y al calentón del momento al ver cómo fracasan en el festival de Estevisión cuando al que ellos creían haber ido era al de Eurovisión donde, todo sea dicho, tenían más posibilidades. Por cierto, ¿alguien tiene el teléfono de las representantes rusas? Bueno, en realidad no controlo el idioma pero tampoco es que pretenda hablar mucho con ellas.
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